Vicente me contaba de sus experiencias en el casino con la ruleta, siempre las mismas: por probabilidad terminaba ganando pequeños montos, que no tardaba en perder. A veces mencionaba el odiado cero, o las rachas pasajeras de números que se repetían, y también las docenas que no salían a tiempo para marcar la diferencia en sus bolsillos. Hace tres días me dijo que venía de perder bastante. Estaba por irse, derrotado, sin las últimas monedas que le hubiesen alcanzado para tomarse un colectivo, pero se mantuvo en su asiento, estudiando el historial de los números salientes, buscando algún patrón, un poco por inercia pero también para demorar la sensación de culpa que comenzaba al salir del casino con las manos vacías, y vio, justo cuando ya apartaba la vista del tablero para irse, que el 34 se repetía bastante. Se quedó vigilando ese número, y su rostro se fue tornando cada vez más atónito, hasta que no soportó más y se subió apurado a un taxi. El taxista interpretó que había ganado mucho dinero, y que tenía apuro por gastarlo, pero cuando al llegar a su casa Vicente le pidió que no detenga el taxímetro porque necesitaba regresar al casino, que bajaba por refuerzos y ya volvía, el taxista puede haber pensado para qué buscaba más dinero habiendo ganado, pero luego pensó que, por el contrario, lo habrían desplumado y volvía por revancha. Al subir de nuevo al auto se lo preguntó, y Vicente dijo que sí, que volvía por revancha, con la sonrisa de la convicción y el esfuerzo de la prudencia conque disimulaba un secreto asombro.
Llegaron, pagó y sin esperar su vuelto, entró apurado al casino para volver a la ruleta, pero ya la habían desconectado por fallas.
En un taller la ruleta fue reseteada, desarmada y vuelta a armar, y a pesar de todo, siguió dando como ganador al 34; para el día siguiente ya la habían reemplazado por otra, pero esa también, como si se tratara de una compleja broma de mal gusto, elegía, bola tras bola, el 34.
El casino encontró dos opciones: quitar de sus atracciones nada menos que a la ruleta, o implementar un mecanismo secreto, ilegal, que le permitiese ir rotando con sigilo, con la esperanza de que eso impidiera que el 34 salga cada vez. Intentaron lo segundo, sin éxito.
En otros casinos comenzó a ocurrir lo mismo, como si se tratara de un virus: un mismo número salía ininterrumpidamente.
La ruleta ya no existe como juego de azar, en ningún casino del planeta del que se tenga noticia. Se transformó en una curiosidad, un nuevo enigma, que según el lugar geográfico donde se encuentra, indica un determinado número, fenómeno que han comenzado a estudiar desde diferentes ramas del conocimiento.